Lo primero que vi cuando entré en el quirófano fue a una enfermera sedando al bebé. Jugaba con él para distraerlo mientras alrededor se producía una actividad febril.
La perfusionista ponía a punto la máquina que iba a controlar el corazón cuando éste se parara, una enfermera entraba con dos bolsas de sangre, la instrumentalista clasificaba y colocaba diestramente en la mesa mayo las hojas de bisturí, tijeras, pinzas…
El anestesista supervisaba los monitores de control de la anestesia y la medicación, sacaba paños de color verde con destreza para colocarlos sobre el bebé, preparando todo lo necesario para cogerle la arteria.
El bebé se quedó dormido plácidamente mientras a su alrededor todo se disponía para abrirle el corazón, encontrar un enorme agujero que le estaba condicionando la vida y cerrárselo utilizando un pedazo de su propio pericardio.
Entró el Dr. Grecó con las manos aún húmedas junto a otra cirujana, se secó las manos con los paños blancos, impecables que le suministró la auxiliar, le ayudaron a ponerse y anudarse la bata, se puso los guantes estériles y se acercó a la mesa del quirófano…
“Bisturí”- pidió…
Cuatro horas y media después, sin haberme movido ni un centímetro porque no podía apartar los ojos del corazón de Fátima, el cirujano dio por concluido la cirugía, contaron las gasas, limpiaron alrededor de su corazón y le cosió primero los huesos del esternón para cerrar la cavidad torácica. Luego, delicadamente, con otra aguja e hilo, el resto de los tejidos. Su piel de bebé quedo firme, cerrada, como si no hubieran estado ahí dentro moviéndose dos manos enormes para curar sus heridas.
Fátima quedó rodeada de tubos que la drenarían, sueros que la hidratarían y le darían los calmantes y alimentos necesarios para salir adelante…
El Dr. Grecó salió y le dijo a Hakam, logista de la Fundación Adelias que le dijera a la mamá que la operación había salido perfectamente, que las 24 horas siguientes eran importantes para que el corazón “se asentara” y que tuviera paciencia…
La madre rompió a llorar de alivio y alegría.
¿Cómo se puede resumir la grandeza de haberle salvado la vida a un bebé de 8 meses, en dos simples frases?
¿Cómo puede agradecer una madre, víctima de la pobreza extrema, que una entidad privada como Sanitas haya puesto a su disposición el talento, los medios técnicos, logísticos y económicos para operar a su hija con fines humanitarios?
La mamá llora quedamente mientras me coge la mano y la de Hakam y nos dice: “Podéis decirle a los médicos que han operado a mi hija que DIOS LES VA A PROTEGER Y CUIDAR SIMPRE por haber hecho esto por mí y por mi pequeña…”
Descuide señora, ese cirujano y su equipo ya han reparado el corazón de más de 40 niños, sin cobrar un céntimo, seguro que Dios no lo deja ni a sol ni a sombra…